En mis vacaciones de fin de año (2009), tomé mi maleta, dejando siempre un espacio para guardar unas cuantas buenas experiencias que traer de regreso a Petén. Me dirigí hacia la ciudad capital donde haría una escala de un día para luego dirigirme hacia mi tierra natal, Escuintla, ¿mi destino en ese departamento? Me dirigía hacia Sipacate, La Gomera, donde vive mi madre, y luego me dirigiría a mi lugar preferido: Aldea Las Trozas, El Semillero, por haber dejado enterrados ahí, en la playa, muchos buenos recuerdos de mi niñez.
De Sipacate partí junto a mi madre hacia Las Trozas a visitar a los tíos, quienes fueron para mí como unos segundos padres y a quienes recuerdo con especial cariño, tantos buenos recuerdos...
Las Trozas es un lugar para deshacerse del estrés, es una aldea de salineros y pescadores cuyas charlas tienen de fondo el bramar del mar, ya que la aldea se encuentra distribuida a lo largo de la costa.
El tío Meme y la tía Lidia viven cerca del centro de la aldea en una casa grande a la que le sobran cuartos ya que mis tres primos han partido y se encuentran en el gran país del norte. Casa que, aunque un poco sola, durante las inundaciones del huracán Mitch fue refugio para muchas personas de la aldea y un centro de distribución de alimentos.
El corredor de la casa es largo y en él, la infaltable hamaca. El mar está a solo 50 metros de la casa, por lo que el ambiente es caluroso pero fresco, gracias a la húmeda brisa del mar. Si llevas estrés, éste vuela como una bandada de pájaros asustados en ese entorno.
El 60% del peso de mi maleta son libros, ya que el tío Meme es un lector apasionado y el año anterior le había prometido tan preciosa carga debido a que en la aldea es difícil encontrar libros y la comunidad de lectores del lugar viajan a veces hasta otras aldeas para intercambiar libros con otros lectores.
La tía Lidia, una mujer a quien admiro y respeto pues tengo impregnada en mi niñez su imagen de mujer luchadora, valiente, decidida, cariñosa y buena consejera, además de una cocinera sin par en los alrededores, aunque ya un poco cansada por los años, sigue teniendo la sonrisa de una buena madre.
Mientras descanso en la hamaca y escucho el bramar del mar, el tío Meme bromea conmigo al mismo tiempo que recordamos las aventuras y travesuras de mi infancia. Una en especial quedó grabada en mi mente:
Los hijos de mis tíos son Luis (tenía 15 años entonces), Braulio (12 años) y Manfredo (7 años), yo andaba entre los 8 y 9 años de edad. Braulio era mi compañero de aventuras. Éramos los más aventureros y arriesgados, pero estos dos aventureros eran los encargados de ir a hacer la masa para las tortillas del desayuno todos los días. El molino quedaba como a un kilómetro de la casa, por lo que nos íbamos caminando por toda la playa hasta llegar ahí. Uno de esos días, veníamos de regreso con la masa y por el camino pasamos a comprar media docena de huevos a la tienda de don Manuel, quien en otra ocasión nos contrataría como acarreadores de sandías. Los tíos nos habían advertido que no nos subiéramos a los vehículos de desconocidos ya que por ese entonces en el lugar se había difundido mucho el rumor de los temibles "robachicos", pero nosotros, al ver que cerca de la tienda pasaba un señor como de 50 años de edad manejando un viejo pickup, le pedimos jalón sabedores que pasaría frente a la casa. El chofer paró su viejo vehículo y nos subimos rápidamente a la palangana y nos agarramos fuertemente de la baranda porque el camino era un poco irregular, pues era de una mezcla de tierra y arena con hundimientos aquí y allá.
Cuando íbamos a unos metros de la casa, empezamos a gritarle al chofer y golpear la cabina para que parara pero no paró, quizás porque no quiso o porque el ruido del motor no lo dejaba escuchar el escándalo que nosotros hacíamos. Pasamos la casa y ya en la desesperación, teniendo en mente al robachicos, decidimos tirarnos del vehículo que para nuestra suerte no iba muy rápido. Ahí en la parte trasera de la palangana Rambo y Terminator se preparaban para lanzarse de un vehículo en movimiento, uno con un caso de masa y otro con media docena de huevos... Pun... cataplún... rodamos..., miramos como el vehículo se aleja..., el chofer no advierte que nos hemos tirado de la palangana... Nos levantamos y sacudimos la ropa y el pelo, miramos la masa desparramada en la arena, unos cuantos huevos no se habían salido de la bolsa, pero adentro formaron una mezcla de yemas, clara y cáscara. Con los restos de lo que debía ser la mayor parte del desayuno nos dirigimos a la casa donde nos esperaba gente con hambre y a quienes no les gustaría la noticia; por supuesto no nos quedaríamos sin nuestra chicotiada, que nos dijeron que era para que se nos quitara el susto, aunque quedarme con el susto hubiera sido mi elección si nos hubieran preguntado.
Ahhh..., los viejos tiempos...
Después de charlar un rato con los tíos y mi mamá, me dirigí a visitar a un viejo amigo, el mar. El mar me trae tantos recuerdos, su inmensidad te pasma y sus olas bañando la playa me quedaron impregnadas en la memoria. A pesar del fuerte sol, el aire es tan fresco que te animas a llenar al máximo los pulmones y disfrutar su frescura a tal grado que sientes como si refrescara tu alma.
La playa es inmensa, kilómetros de playa...
Ahí sentado en la playa viendo el mar, con los pies enterrados parcialmente en la arena, un poco de nostalgia invade mi alma; vuelvo a vivir los recuerdos de mi niñez en esa playa y hacen que en mi imaginación vea al niño que fuí correteando y riéndose a mi alrededor... Mi vista se pierde en el horizonte que se torna rojizo, pues la tarde empieza a volverse noche..., una sonrisa se asoma en mi rostro mientras siento la brisa que me hace sentir como si el mar también estuviera contento de verme.
De Las Trozas partí hacia Petén cuando tenía 10 años de edad, el departamento de las selvas, selvas que echarían raíces en mi corazón.
Estuve un par de días compartiendo con los tíos y mi mamá; pero era momento de regresar a la ciudad capital, ahí donde la vida es tan diferente y unos días después regresaría a Petén, a casa, con la maleta llena de nuevos buenos recuerdos...
De Sipacate partí junto a mi madre hacia Las Trozas a visitar a los tíos, quienes fueron para mí como unos segundos padres y a quienes recuerdo con especial cariño, tantos buenos recuerdos...
Las Trozas es un lugar para deshacerse del estrés, es una aldea de salineros y pescadores cuyas charlas tienen de fondo el bramar del mar, ya que la aldea se encuentra distribuida a lo largo de la costa.
El tío Meme y la tía Lidia viven cerca del centro de la aldea en una casa grande a la que le sobran cuartos ya que mis tres primos han partido y se encuentran en el gran país del norte. Casa que, aunque un poco sola, durante las inundaciones del huracán Mitch fue refugio para muchas personas de la aldea y un centro de distribución de alimentos.
El corredor de la casa es largo y en él, la infaltable hamaca. El mar está a solo 50 metros de la casa, por lo que el ambiente es caluroso pero fresco, gracias a la húmeda brisa del mar. Si llevas estrés, éste vuela como una bandada de pájaros asustados en ese entorno.
El 60% del peso de mi maleta son libros, ya que el tío Meme es un lector apasionado y el año anterior le había prometido tan preciosa carga debido a que en la aldea es difícil encontrar libros y la comunidad de lectores del lugar viajan a veces hasta otras aldeas para intercambiar libros con otros lectores.
La tía Lidia, una mujer a quien admiro y respeto pues tengo impregnada en mi niñez su imagen de mujer luchadora, valiente, decidida, cariñosa y buena consejera, además de una cocinera sin par en los alrededores, aunque ya un poco cansada por los años, sigue teniendo la sonrisa de una buena madre.
Mientras descanso en la hamaca y escucho el bramar del mar, el tío Meme bromea conmigo al mismo tiempo que recordamos las aventuras y travesuras de mi infancia. Una en especial quedó grabada en mi mente:
Los hijos de mis tíos son Luis (tenía 15 años entonces), Braulio (12 años) y Manfredo (7 años), yo andaba entre los 8 y 9 años de edad. Braulio era mi compañero de aventuras. Éramos los más aventureros y arriesgados, pero estos dos aventureros eran los encargados de ir a hacer la masa para las tortillas del desayuno todos los días. El molino quedaba como a un kilómetro de la casa, por lo que nos íbamos caminando por toda la playa hasta llegar ahí. Uno de esos días, veníamos de regreso con la masa y por el camino pasamos a comprar media docena de huevos a la tienda de don Manuel, quien en otra ocasión nos contrataría como acarreadores de sandías. Los tíos nos habían advertido que no nos subiéramos a los vehículos de desconocidos ya que por ese entonces en el lugar se había difundido mucho el rumor de los temibles "robachicos", pero nosotros, al ver que cerca de la tienda pasaba un señor como de 50 años de edad manejando un viejo pickup, le pedimos jalón sabedores que pasaría frente a la casa. El chofer paró su viejo vehículo y nos subimos rápidamente a la palangana y nos agarramos fuertemente de la baranda porque el camino era un poco irregular, pues era de una mezcla de tierra y arena con hundimientos aquí y allá.
Cuando íbamos a unos metros de la casa, empezamos a gritarle al chofer y golpear la cabina para que parara pero no paró, quizás porque no quiso o porque el ruido del motor no lo dejaba escuchar el escándalo que nosotros hacíamos. Pasamos la casa y ya en la desesperación, teniendo en mente al robachicos, decidimos tirarnos del vehículo que para nuestra suerte no iba muy rápido. Ahí en la parte trasera de la palangana Rambo y Terminator se preparaban para lanzarse de un vehículo en movimiento, uno con un caso de masa y otro con media docena de huevos... Pun... cataplún... rodamos..., miramos como el vehículo se aleja..., el chofer no advierte que nos hemos tirado de la palangana... Nos levantamos y sacudimos la ropa y el pelo, miramos la masa desparramada en la arena, unos cuantos huevos no se habían salido de la bolsa, pero adentro formaron una mezcla de yemas, clara y cáscara. Con los restos de lo que debía ser la mayor parte del desayuno nos dirigimos a la casa donde nos esperaba gente con hambre y a quienes no les gustaría la noticia; por supuesto no nos quedaríamos sin nuestra chicotiada, que nos dijeron que era para que se nos quitara el susto, aunque quedarme con el susto hubiera sido mi elección si nos hubieran preguntado.
Ahhh..., los viejos tiempos...
Después de charlar un rato con los tíos y mi mamá, me dirigí a visitar a un viejo amigo, el mar. El mar me trae tantos recuerdos, su inmensidad te pasma y sus olas bañando la playa me quedaron impregnadas en la memoria. A pesar del fuerte sol, el aire es tan fresco que te animas a llenar al máximo los pulmones y disfrutar su frescura a tal grado que sientes como si refrescara tu alma.
La playa es inmensa, kilómetros de playa...
Ahí sentado en la playa viendo el mar, con los pies enterrados parcialmente en la arena, un poco de nostalgia invade mi alma; vuelvo a vivir los recuerdos de mi niñez en esa playa y hacen que en mi imaginación vea al niño que fuí correteando y riéndose a mi alrededor... Mi vista se pierde en el horizonte que se torna rojizo, pues la tarde empieza a volverse noche..., una sonrisa se asoma en mi rostro mientras siento la brisa que me hace sentir como si el mar también estuviera contento de verme.
De Las Trozas partí hacia Petén cuando tenía 10 años de edad, el departamento de las selvas, selvas que echarían raíces en mi corazón.
Estuve un par de días compartiendo con los tíos y mi mamá; pero era momento de regresar a la ciudad capital, ahí donde la vida es tan diferente y unos días después regresaría a Petén, a casa, con la maleta llena de nuevos buenos recuerdos...
Felicidades por el Blog, muy llamativo y interesante al leerlo , claro usted si tiene madera para esto de escribir... Saludos y siga Adelante..Deseos Sincero de yo su alumno !! jeje xD
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