Me recosté en uno de los postes al final del muelle, una taza de café en la mano. Había pasado unos días geniales en Livingston y esa era mi última noche ahí. Quería despedirme de aquel lugar, por eso fui al muelle. Eran poco más de las 6:30 p.m., y varios botes pesqueros salían hacia el mar, otros permanecían frente a los muelles, meciéndose como cunas en las suaves ondas, pues la noche era calma.
Una anciana, de alrededor de 70 años, abrazaba el otro poste del muelle como una niña. Entablé conversación con ella; me contó que había nacido en Livingston, su pueblito querido, como ella decía, mientras sonreía; siempre sonreía al hablar. Señalando con la mano, me contó que un bote pesquero que se bamboleaba frente a nosotros había sido construido por su esposo, quien ya había muerto; también construyó un muelle a la par de donde nos encontrábamos. Ella vivía a unos pasos de ahí. Su historia y la de su esposo, es una de esas historias de mucho esfuerzo, de lucha. Habían sido pescadores y vivido en otras partes afuera de Livingston, pero habían regresado a vivir ahí, su pueblito querido, donde ella me dijo que quería morir; lo dijo mientras sonreía. Imagino que al llegar a cierta edad, ya no se ve la muerte con temor, sino como el descanso después de un día de satisfactoria faena, así me pareció.
Entre la charla, salió que le gustaba cantar y sin previo aviso empezó a cantar; vaya sorpresa la mía al escuchar aquella voz tan bella. Nunca grabó, así que aquel era un regalo y un privilegio para un visitante que se despedía de aquel lugar, con una taza de café en la mano. Escuché de su voz la canción "Livingston" y también "Noches de Livingston" y otras canciones de pescadores, muy bellas y más con esa voz. Le mencioné que en Petén había una canción muy popular: "Linda Morena" y para mi sorpresa, se la sabía y la empezó a cantar. He de confesar que esa fue una noche de estrellas y de corazón poeta.
Poco antes de despedirnos, le dije mi nombre, se rió y me dijo: "yo también soy Rodríguez", doña Lety Rodríguez, ese es su nombre.
Ella se despidió de mí y regresó a su casa; yo me quedé otro rato, hasta que me avisaron que la cena estaba servida, pues yo había ido al muelle mientras la preparaban en un comedor a unos pasos de ahí; comedor donde el cocinero era don Richard, a quien por aprecio terminé llamando "Abuelo"; y el mesero era su nieto Pancho de 7 años, un niño vivaz que le sacaba canas verdes al abuelo :D, bueno, esa ya es otra historia... :)
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