lunes, 26 de noviembre de 2012

El oasis que siempre crecía ...

Muchos años atrás, en un gran desierto, un peregrino viajaba en una caravana. En medio de la monotonía del viaje, sucedió algo que ahora es historia. Vio una flor que emergía de una pequeña planta en esa inmensa aridez. Se bajó de su camello y avanzó unos pasos. Aquello era un prodigio digno de ver, ¿cómo había llegado ahí esa pequeña planta y más aún, había florecido? La flor era hermosa, franjas lila interrumpían la blancura de sus pétalos que parecían tan frescos a pesar de la aridez del entorno. Contempló la planta y la flor por unos minutos con gran curiosidad, mientras la caravana seguía avanzando. Después de que pasaron las últimas dos personas de la caravana, se dio cuenta de que no podía permanecer ahí por mucho tiempo, debía seguir su camino, así que se fue.

De regreso a casa tomó la misma ruta en una nueva caravana; el peregrino pasó por el mismo lugar y esta vez encontró cerca de 100 flores de especies diversas, además observó que la arena de donde surgían las pequeñas plantas, estaba húmeda y en algunas partes sucedía algo que no había visto, parecía como si la arena se estuviera convirtiendo en tierra fértil. Ahora el peregrino estaba verdaderamente intrigado, pero de nuevo, la caravana no podía esperarlo más que unos minutos, así que volvió a su camino.

En el siguiente viaje, un anciano acompañó al peregrino. El anciano conocía esa ruta que tantas veces había recorrido a lo largo de su vida y no le creyó al peregrino lo de las flores mientras éste le contaba. Pero en fín, emprendieron el viaje juntos y después de veinte días la caravana llegó al lugar en el que ahora, aparte de vegetación, había un nacimiento, un arroyo y una pequeña laguna.

De los dos, el más perplejo era el anciano, pues de todas las veces que había pasado por ahí, nunca había visto más que arena. El jefe de la caravana, desde su camello, dio un vistazo al oásis, aquello era hermoso, pero él llevaba prisa; “los compradores están esperando por mi carga, además el agua y los alimentos no son suficientes como para detenernos” les dijo a ambos. Fue entonces cuando el anciano le pidió al peregrino que se separaran de la caravana, pues él conocía muy bien el camino y mientras se despedían del jefe de la caravana, le dijo a éste que los alcanzarían en 15 días.

Momentos después, el anciano se dirigió al nacimiento y aunque no tenía sed, bebió. Aquella agua que parecía como cualquier otra, era diferente, tenía un no sé qué, pero quien bebía de ella pronto sonreía y eso fue lo que le pasó al anciano y un minuto después al peregrino.

Acamparon en el oasis ese día y lo recorrieron maravillados cada quien por su lado hundidos en sus pensamientos tratando de entender su secreto y así les llegó la noche. Después de comer un poco se despidieron y se dirigieron a sus carpas.

Al otro día, al salir de sus carpas se encontrarían con la sorpresa de que el oasis había crecido.

“Esto no es natural” dijo el anciano, “Pero es maravilloso” dijo el peregrino. Con gran curiosidad ambos se dirigieron al borde del oasis y ahí frente a ellos, la arena se humedecía y lentamente se convertía en tierra fértil. “Sigue creciendo y está devorando el desierto” dijo el peregrino. “Es como un corazón que ama” dijo el anciano mientras sonreía.

No pudieron entender el secreto antes de partir, pero en fin, quizás entenderlo no era tan importante como disfrutar de aquel oasis.

Alcanzaron la caravana y llegaron a su destino; fue entonces cuando el anciano y el peregrino contaron la historia del oasis que siempre crecía ¿y cómo se llama ese lugar tan maravilloso? les preguntó un niño, ambos se miraron a la cara, luego el anciano sonrió y respondió “Corazón que Ama”. Desde entonces, así se llama el oasis y ahora la gente se dirige a él para beber de sus aguas y sonreír.

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