Muchos
años atrás, en un gran desierto, un peregrino viajaba en una caravana.
En medio de la monotonía del viaje, sucedió algo que ahora es historia.
Vio una flor que emergía de una pequeña planta en esa inmensa aridez. Se
bajó de su camello y avanzó unos pasos. Aquello era un prodigio digno
de ver, ¿cómo había llegado ahí esa pequeña planta y más aún, había
florecido? La flor era hermosa, franjas lila interrumpían la blancura de
sus pétalos que parecían tan frescos a pesar de la aridez del entorno.
Contempló la planta y la flor por unos minutos con gran curiosidad,
mientras la caravana seguía avanzando. Después de que pasaron las
últimas dos personas de la caravana, se dio cuenta de que no podía
permanecer ahí por mucho tiempo, debía seguir su camino, así que se fue.
De
regreso a casa tomó la misma ruta en una nueva caravana; el peregrino
pasó por el mismo lugar y esta vez encontró cerca de 100 flores de
especies diversas, además observó que la arena de donde surgían las
pequeñas plantas, estaba húmeda y en algunas partes sucedía algo que no
había visto, parecía como si la arena se estuviera convirtiendo en
tierra fértil. Ahora el peregrino estaba verdaderamente intrigado, pero
de nuevo, la caravana no podía esperarlo más que unos minutos, así que
volvió a su camino.
En
el siguiente viaje, un anciano acompañó al peregrino. El anciano
conocía esa ruta que tantas veces había recorrido a lo largo de su vida y
no le creyó al peregrino lo de las flores mientras éste le contaba.
Pero en fín, emprendieron el viaje juntos y después de veinte días la
caravana llegó al lugar en el que ahora, aparte de vegetación, había un
nacimiento, un arroyo y una pequeña laguna.
De
los dos, el más perplejo era el anciano, pues de todas las veces que
había pasado por ahí, nunca había visto más que arena. El jefe de la
caravana, desde su camello, dio un vistazo al oásis, aquello era
hermoso, pero él llevaba prisa; “los compradores están esperando por mi
carga, además el agua y los alimentos no son suficientes como para
detenernos” les dijo a ambos. Fue entonces cuando el anciano le pidió al
peregrino que se separaran de la caravana, pues él conocía muy bien el
camino y mientras se despedían del jefe de la caravana, le dijo a éste
que los alcanzarían en 15 días.
Momentos
después, el anciano se dirigió al nacimiento y aunque no tenía sed,
bebió. Aquella agua que parecía como cualquier otra, era diferente,
tenía un no sé qué, pero quien bebía de ella pronto sonreía y eso fue lo
que le pasó al anciano y un minuto después al peregrino.
Acamparon
en el oasis ese día y lo recorrieron maravillados cada quien por su
lado hundidos en sus pensamientos tratando de entender su secreto y así
les llegó la noche. Después de comer un poco se despidieron y se
dirigieron a sus carpas.
Al otro día, al salir de sus carpas se encontrarían con la sorpresa de que el oasis había crecido.
“Esto
no es natural” dijo el anciano, “Pero es maravilloso” dijo el
peregrino. Con gran curiosidad ambos se dirigieron al borde del oasis y
ahí frente a ellos, la arena se humedecía y lentamente se convertía en
tierra fértil. “Sigue creciendo y está devorando el desierto” dijo el
peregrino. “Es como un corazón que ama” dijo el anciano mientras
sonreía.
No
pudieron entender el secreto antes de partir, pero en fin, quizás
entenderlo no era tan importante como disfrutar de aquel oasis.
Alcanzaron
la caravana y llegaron a su destino; fue entonces cuando el anciano y
el peregrino contaron la historia del oasis que siempre crecía ¿y cómo
se llama ese lugar tan maravilloso? les preguntó un niño, ambos se
miraron a la cara, luego el anciano sonrió y respondió “Corazón que
Ama”. Desde entonces, así se llama el oasis y ahora la gente se dirige a
él para beber de sus aguas y sonreír.
Que buen ceunto, señor licenciado.. Lo felicito
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