sábado, 22 de octubre de 2011

De Regreso a El Mirador

La madrugada era fresca y la oscuridad reinaba bajo las copas de los árboles aunque arriba, el cielo aclaraba rápidamente con el pasar de los minutos. Cerré la carpa, tomé mi mochila, la cámara y con linterna en mano me dirigí hacia la gran pirámide del grupo Monos que se encuentra a unos pasos del campamento; deseaba volver a vivir el amanecer en El Mirador. Subí la gran pirámide y esperé...

A más de 40 metros de altura mis ojos se llenaban de selva, la cual emergía de la oscuridad. La brisa fresca mecía suavemente las ramas de los árboles y generaba en las hojas ese murmullo..., como si la selva se riera. Al fondo veía La Danta que interrumpía abruptamente la línea del horizonte con su silueta oscura contrastando contra el cielo cada vez más claro, cielo en el cual moría una estrella al ser absorbida su luz por la claridad del amanecer. Los cantos de las aves se escuchaban por todas partes y, en la lejanía, las tremendas voces de los saraguates, voces que recorrían un mundo que retoñaba tras unas anticipadas y escasas lluvias; los viejos árboles rejuvenecían... Cerca de mí, el sonido monótono de las chicharras y los grillos provocaban que mi mente se fuera perdiendo lentamente en el paisaje inmenso..., en la belleza misteriosa de la selva...

Ayer..., era medio día cuando entré al campamento de El Mirador después de una saludable caminata de 6 horas desde Tintal. Cuando llegué, varias mulas se ahumaban, pues los arrieros hacen un fuego y amarran las mulas alrededor para que el humo ahuyente a los tábanos evitando que hagan banquete con ellas. Después de un rato de descanso me lancé a recorrer la enorme ciudad. Volví a ver los bellos mascarones del Templo Garra de Jaguar con restos de la pintura original; estuve un momento en medio del gran observatorio astronómico, después visité la monumental acrópolis central y por último, terminé viendo el atardecer en La Danta. Cuando cayó la noche y al fin pude dormir, los 35 kilómetros que habré caminado en el día, hicieron cómodo el suelo que sentía a través de la carpa, aunque una raíz cerca de una costilla me incomodó al principio, pero al final, la maravillosa tranquilidad del lugar y el cansancio me dieron un empujón al mundo de los sueños para que pudiera levantarme hoy con las energías renovadas a vivir el amanecer.

Unas cuantas nubes impidieron que viera al sol elevarse desde la línea del horizonte, aún así, el amanecer fue maravilloso. Era hora de bajar...

Cinco gradas había bajado cuando empezaron a subir don Rómulo y don Santos, dos guardianes del lugar. Subían a llamar por radio a Ciudad Flores para saber qué había sido de Goyo, un arriero de Carmelita que anoche fue mordido por una barba amarilla.

Noche de preocupaciones fue la de ayer...

Armé mi carpa cerca de los arrieros razón por la cual escuché cuando Wilter, uno de ellos, llegó con los demás y les dijo:

-”Muchá, al Goyo lo mordió el barbo ...”, aunque varios lo tomaron como una broma, pues Wilter no suele decir muchas cosas en serio.

Después de que otro arriero verificara la noticia, varios nos dirigimos hacia la casa de los guardianes donde estaba Goyo. Por el camino, Nery, uno de los arrieros, le dijo a otro:

- “Vos no deberías ver al Goyo, tu esposa está a punto de reventar”.
--”¡¿Por qué?!”, pregunté sorprendido.
-”Si una mujer embarazada ve a alguien mordido por una culebra más rápido se muere; tiene la sangre muy fuerte”, me contestaría Nery.

Así que con Nery y El Pocho continuamos hacia la casa de los guardianes. El otro arriero decidió ser prudente pues la creencia lo incluía a él como esposo de una mujer embarazada, por lo que arriesgaría la vida de su amigo si le veía.

Eran cerca de las 7:30 p.m. cuando vimos a Goyo. Se encontraba sentado en un costado de una cama, tenía el pie izquierdo desnudo y asentado el calcañar sobre el piso. Una herida que le hicieron para extraer el veneno se miraba en un costado del dedo gordo del pie. Su rostro era de miedo, de preocupación como le sucedería a cualquiera en una situación así y más conociendo la leyenda del ser más temido de las selvas peteneras. Aquello había sido un accidente que no sucedía en El Mirador hacía tiempo, decía uno de los guardianes. Imprudencia de Goyo por irse a bañar de noche a un rancho viejo y abandonado. Andaba en sandalias y se paró en la serpiente que era pequeña, momento en el cual ésta se defendió y logró alcanzarle con un colmillo a un costado del dedo gordo del pie. Otros arrieros que se bañaban cerca de ahí buscaron la serpiente para identificarla y al encontrarla la mataron. Era la temida barba amarilla, aunque no quisieron decírselo a Goyo, para no confirmarle sus mayores temores.

Los guardianes llamaron por radio al campamento de Nakbé, pidiendo una cuatrimoto para llevar a Goyo al Hospital de San Benito. Mientras ésta llegaba, a Goyo le inyectaron suero antiofídico para neutralizar el veneno y le dieron a beber la “contrahierba” y agua de “cordoncillo”, plantas que usa la gente para curarse desde hace mucho tiempo. El pie continuaba inflamándose hasta adquirir la apariencia de un pie inflable. Goyo se quejaba de que, además, le dolía el tronco de la pierna izquierda y luego empezó a vomitar con rastros escasos de sangre, aún así, después de un par de horas del accidente, seguía consciente y eso alentaba a todos.

El ruido de la cuatrimoto empezó a escucharse en la lejanía, por lo que el grupo comenzó a preparar a Goyo para el viaje.

-”Hay que ponerle un trapo en el pie para que la luna no le vea el pie pelado, porque es malo”, dijo uno de los guardianes, al mismo tiempo que buscaba por la casa, encontrando la manga de un pantalón viejo, con la cual cubrió el pie de Goyo.

Una vez que la cuatrimoto estuvo al frente de la casa, entre cuatro personas subimos a Goyo. Bastó un pequeño movimiento del pie herido para que se estremeciera de dolor y le esperaba un camino donde rebotaría por cerca de 7 horas hasta llegar al hospital. Dos guardianes se subieron a la parrilla, uno se quedaría en Nakbé y el otro acompañaría a Goyo y al conductor todo el camino, por si el herido se desmayaba.

Alrededor de las 10:00 p.m. y con el ruido de la cuatrimoto en la lejanía, empezamos a caminar hacia donde acampábamos, al otro día tendríamos noticias; razón por la cual esperé a que don Rómulo y don Santos se comunicaran por radio a Flores. Había pasado el peligro para Goyo, esa era la buena noticia para todos, pero más para una esposa preocupada que viajaba como cocinera en el mismo grupo del cual su esposo era arriero, aprovechando la joven pareja que el turista paga bien, no exige estudios universitarios y los trata como compañeros de viaje, compartiendo con ellos e interesándose por su cultura y sus opiniones. Esta situación ha generado la esperanza de una vida mejor entre la gente de escasos recursos que vive alrededor de El Mirador, principalmente en Carmelita.

Bajé la pirámide del grupo Monos y luego subí la pirámide de El Tigre, la segunda mayor construcción de El Mirador. Desde su cima me despedía de la ciudad; 360 grados giré viendo el paisaje inmenso. Por un momento posé la vista en una montañita en el horizonte, era Nakbé, la ciudad en la que me encuentro ahora, una de las ciudades más antiguas de los mayas, llena de un misticismo que conmueve, especialmente aquí, en la cima de su mayor pirámide.

Cada vez me preocupa más lo que suceda con esta región. Antes de conocer El Mirador no tenía problema con aceptar la idea de que construyeran un tren para acceder a la antigua ciudad, pero no conocía el valor de este lugar. Ahora no quiero imaginar la horrible cicatriz que el tren haría en el bello rostro de la selva y ni pensar el daño en las ciudades mayas que tapizan esta región y, todo eso, solo porque a mucha gente no le gusta hacer ejercicio debido a sus malos hábitos de vida, lo cual no es culpa de este lugar. Mark Inglis subió el Everest en 2006, una hazaña gigante para alguien que usa prótesis en ambas piernas pues las tiene amputadas a la altura de las rodillas y si decidiera venir a El Mirador, no vendría como un inválido, sino caminando y disfrutando de la naturaleza. Este lugar no necesita tren ni mucho menos los hoteles con el apodo de “ecológicos” que algunos proponen, sin ponerse a pensar que en un lugar así, no construir hoteles es una de las cosas más ecológicas que puede hacerse, además los hoteles empezarán a controlar los viajes a El Mirador desplazando a la gente pobre de alrededor como beneficiarias directas del turismo, arrebatándoles la esperanza que ahora tienen de un mejor mañana.

El Mirador necesita gente que desee vivirlo respetando su integridad, gente que comprenda que este lugar es único y que ajustarlo a los estándares de otros parques es destruir eso que lo hace único. Gente que guste de una vida más sana, que disfrute de la magnífica herencia cultural de este lugar, que aprecie la naturaleza entendiendo que es más frágil de lo que imaginamos cuando nos enteramos de accidentes como el de Goyo; gente que se atreva a experimentar en este lugar un mundo maravillosamente diferente que les haga sentirse como una parte armónica de la naturaleza y de la humanidad. El Mirador no necesita cambios, somos nosotros los que debemos cambiar ya que hemos aceptado muchas ideas sin pasarlas por los filtros de la razón y la conciencia.

La brisa fresca me invita a permanecer un momento más en la cima de la gran pirámide de Nakbé, aunque el sol ya se ha ocultado y la luz se apaga lentamente sobre el océano de vida. Hace un rato las ramas cerca de la cima empezaron a agitarse, era una familia de monos araña que ahora se acomodan tranquilamente a unos 15 metros de mí, esperando la noche, que ya es anunciada por millones de grillos con su arrullador concierto. Pronto la oscuridad se impondrá bajo las copas de los árboles, pero arriba reinará la luna con todo su encanto y bañará con su luz blancuzca la selva inmensa, vistiéndola de eterno misterio...

No hay comentarios:

Publicar un comentario